Ingrid
Bergman tuvo una agitada vida sentimental. Su ingenuidad y belleza atraían
a los hombres. Ingrid había vivido una adolescencia complicada, necesitaba el
amor, sentirse querida y –de alguna manera– protegida. En modo alguno fue una
mujer promiscua o superficial, pero no podía vivir en soledad y pronto
descubrió que el amor –aunque no fuera definitivo– constituía un perfecto
antídoto para sus temores.
La primera relación
de Ingrid se remonta a la primavera de 1934, ella no había cumplido 19 años y
él se llamada Edvin Adolphson, un hombre casado de cuarenta y un años. Era un
actor de cierta fama en el teatro sueco y se habían conocido en los ensayos de la obra Ett
brott.
En el verano de ese
mismo año, Ingrid conoció a Peter Aron Lindstrom, dentista, nacido en marzo de
1907 y que se convertiría poco después en su primer marido.
Adolphson y
Lindstrom se disputaron a la joven y según revela Donald Spoto, el debut
cinematográfico de la actriz en 1934 en Munkbrogreven
se debió a la recomendación de Adolphson que veía cómo el dentista le ganaba en
el afecto de la muchacha.
Durante su
matrimonio Ingrid Bergman no abandonó su relación con los hombres, sobre todo a
partir de 1942 cuando su relación se había convertido en una rutina sin magia
conyugal.
Rossellini (ver Roberto Rosellini) y Lars Schmidt serían los siguientes hombres de su vida. Solo
entonces su vida sentimental se volvió serena y tranquila.
Ambrose Appelbe (1904-1999)
Uno de los abogados más célebres de Inglaterra. Se vio
envuelto en numerosas causas famosas (y algunas estrafalarias), fue uno de los
protagonistas del escándalo político Profumo y tuvo como cliente a George
Bernard Shaw.
Fundó grupos y
asociaciones de todo tipo y tendencia y mantuvo amistad con sucesivos príncipes
de Gales y con el mismísimo Gandhi. Appelbe era todo un espectáculo y su vida
podría servir de argumento a una película apasionante.
Otro de sus clientes
fue Ingrid Bergman. Appelbe sirvió en 1958 de testigo en la discreta boda de
Ingrid con Lars Schmidt.
El amor ha protagonizado la vida y las películas de Ingrid
Bergman. El amor encontró en la expresión de Ingrid, en sus ojos y en su
mirada, una hermosa representación cinematográfica.
La bella Ingrid Bergman acudió una noche
de primavera, corría el año 1948, a una pequeña sala de cine para ver, junto a
su marido, Peter Lindstrom, una película recién estrenada: Roma, ciudad abierta, del director italiano Roberto Rossellini.
Mientras duró la proyección, sintió muy dentro una emoción sin forma que se
manifestaba con esquivas lágrimas que escapaban de sus ojos. Poco después,
volvió a ver otra película de este cineasta, Paisà. Y ya el amor se hizo visible y tan grande que la actriz de
moda en Hollywood no pudo menos que escribirle: “Señor Rossellini: he visto sus
dos filmes y me han gustado mucho. Si necesita una actriz sueca que hable
inglés perfectamente, que no ha olvidado el alemán, a quien apenas se entiende
en francés y que del italiano solo sabe decir ti amo, estoy dispuesta a acudir para hacer una película con
usted”. El resto ya es historia.
Una historia difícil, complicada, en la
que Ingrid Bergman apenas acarició unos instantes la felicidad. Rossellini, por
su parte, era demasiado mediterráneo, demasiado posesivo y personalista como
para hacer feliz a una mujer tan complicada como Ingrid.
El amor, como la felicidad, fue ese
imposible necesario que describiera Julián Marías en su ensayo: La felicidad humana.